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RSE 20.01.2022 | ARGENTINA | SEGUNDA EDICIÓN DE SU COLUMNA EXCLUSIVA

La sustentabilidad y su impacto social, por Julia González Treglia
“Debemos evolucionar hacia el concepto de valor compartido”, afirma González Treglia.

La sustentabilidad y su impacto social, por Julia González Treglia

La consultora en iniciativas y transformación sustentable brinda su opinión acerca del rol de las empresas en las comunidades donde operan.

Por Julia González Treglia
Consultora en iniciativas y transformación sustentable


El otro alerta

En agosto escribí una columna respecto de la grave situación en la que nos encontramos actualmente, que tuvo bastante buena repercusión, ya que fue en el contexto del máximo alerta histórico emitido por los expertos sobre cambio climático de las Naciones Unidas por el pico de calentamiento global alcanzado.

Ciertamente, la situación es gravísima y requiere de toda nuestra atención y esfuerzos a nivel de naciones, organizaciones privadas, públicas e individuos. Para las corporaciones, el impacto es claro: No business on a dead planet. Sin embargo, la sustentabilidad se basa en el equilibrio de tres dimensiones igualmente importantes, y estrechamente relacionadas: la económica, la ambiental y la social. Y, esta última también está dando sus señales de alerta, especialmente en países como la Argentina.

Con una economía que lleva varios años en recesión y una inflación que nunca bajó de los dos dígitos, la nación presenta niveles de pobreza e indigencia que no paran de crecer. Es cierto que, de acuerdo al Indec (*), la cifra de pobreza del primer semestre de 2021 fue inferior a la de ambos semestres de 2020. Pero también es cierto que: esos números previos fueron especialmente altos por la pandemia; que esta recuperación fue menor a la recuperación económica post cuarentena (y sigue alcanzando a un 40,6%); y que se ensaña especialmente con los niños y jóvenes (la pobreza fue de 54,3% entre menores de 15 años y de 48,5% en personas de 15 a 29) afectando su desarrollo y dejándolos afuera del sistema desde el comienzo mismo de sus vidas.

A esta difícil situación, se le suma el deterioro de la calidad educativa (por la que la Argentina supo distinguirse en el pasado, y que brindaba posibilidades de ascenso social). Nuestro país registró el peor desempeño de su historia en la evaluación internacional de aprendizaje de la Unesco (**) que se realizó en 2019 (antes del cierre de escuelas por la pandemia). Quince años atrás los alumnos argentinos superaban en todas las áreas a sus pares de la región; hoy están por debajo del promedio. Niños y jóvenes más pobres y peor preparados que nunca, significan una sociedad futura cada vez más desigual.

Sin embargo, no es de extrañar que nos llame la atención y nos preocupe más, la crisis climática y ambiental, que la social. Mientras que la primera es relativamente nueva, venimos conviviendo con la desigualdad desde hace miles de años. Pero, como decía anteriormente, las tres dimensiones están tan relacionadas que no podemos resolver una de ellas sin ocuparnos de las otras. A nivel de naciones esto se observa cuando los países desarrollados empiezan a asumir compromisos de ayudar a los países no desarrollados a producir en forma sustentable. A nivel más micro, necesitamos que todos adoptemos conductas de cuidado del medioambiente, pero ¿cómo pretender una conciencia de un problema tan abstracto como el cambio climático, a quienes tienen urgencias de supervivencia tan concretas? ¿Y cómo podemos nosotros preocuparnos por que las generaciones venideras tengan un mañana, sin ocuparnos que una parte importante de las generaciones actuales tengan un hoy?

¿Por qué debemos tener en cuenta el impacto social en nuestros negocios?

El filántropo y empresario Stephan Schmidheny aseguraba: “No hay empresas exitosas en sociedades que fracasan”. Sociedades muy desiguales o corruptas presentan límites al crecimiento económico de las corporaciones, trabas importantes para su operación y un escenario de alto riesgo continuo que la empresa debe poder prever y afrontar.

Por este motivo, en 2021 hubo una tendencia creciente en leyes, marcos regulatorios, etc. sostenibles, liderada especialmente por la Unión Europea donde, por ejemplo, se analiza para 2022 una ley que contempla:
• Debida diligencia obligatoria en DDHH, ambiente y buena gobernanza de la propia gestión y de la cadena de valor.
• Atención a las políticas de compras (mapeo y disclosure de la cadena de valor).
• Requisitos para empresas que quieran exportar al mercado de la UE.
• Inclusión de capítulos sobre desarrollo sostenible en los tratados comerciales.

El nuevo paradigma de la sustentabilidad nos demanda evolucionar de la filantropía de las fundaciones y la acepción más tradicional de responsabilidad social empresaria, entendida como la obligación que tienen las empresas de devolverles, a las comunidades en las que operan, su lealtad; al concepto de valor compartido, buscando unir las necesidades de crecimiento, de trabajo y de producción de esa comunidad, con las necesidades del negocio. Si bien esto suena complicado de hacer, afortunadamente, tenemos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS***) para guiarnos en este camino. Varios de ellos, justamente, nos ayudan a desarrollar políticas o iniciativas para el fomento de una educación de calidad, y para el crecimiento económico a través del trabajo decente e inclusivo. De hecho, para algunas empresas (especialmente las de servicios) hasta puede resultar más fácil integrar este tipo de ODS a su core business, que los ambientales.

Nuestro rol

Y realmente necesitamos que esto suceda. El último informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA indica que la Argentina necesita crear 400.000 empleos por año y una reducción sustancial de la inflación, si quiere salir en 2030 del actual cuadro de degradación social. Las empresas, sin importar su tamaño, no pueden ignorar el gran aporte que pueden hacer en este sentido, desde la pyme que empieza a hacer sus compras con impacto social hasta la gran corporación que maneja su cadena de valor con debida diligencia. Podríamos decir que “no hay empresas exitosas en sociedades que fracasan, ni sociedades exitosas con empresas que no generan inclusión”.  Independientemente de la evidencia a favor de las empresas con propósito (negocios más fuertes, mayor aspiracionalidad, mayor atracción de talento y beneficios impositivos o mejor gestión de riesgos), la principal razón por la que deberíamos buscar el impacto social es, simplemente, porque es lo que corresponde.


(*) Instituto Nacional de Estadística y Censos

(**) El ERCE es una prueba representativa que lleva adelante el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE) de la UNESCO. En su última versión, cubrió a más de 4.500 escuelas y 202.000 chicos, que representan a casi 20 millones de estudiantes en sistemas educativos que albergan un universo total de 150 millones. Además de Argentina, participaron Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay.

(*) Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) constituyen un llamamiento universal a la acción para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo. En 2015, todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas aprobaron 17 Objetivos como parte de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en la cual se establece un plan para alcanzar los Objetivos en 15 años.