Ataca, canalla: Antonio Lucio recuerda cómo aprendió a enfrentar el miedo
Por Antonio Lucio
Chief marketing officer global de Facebook
Nuestra memoria es un laberinto de imágenes, sonido, pensamientos y sentimientos. En ella, los capítulos dedicados a nuestra juventud a veces están ocultos en una bóveda, donde están protegidos del paso implacable del tiempo. De vez en cuando, estas imágenes y sentimientos escapan cuando menos lo esperamos.
El teléfono sonó en medio de la noche. Fue mi hija Mireya quien, muy nerviosa, me dijo que Carlos Ruiz estaba muy enfermo. Carlos Ruiz fue mi entrenador de voleibol en la escuela secundaria en Puerto Rico, el maravilloso lugar donde pasé mi juventud. No había oído su nombre en más de veinte años.
Mágicamente, las imágenes en alta definición y el sonido envolvente comenzaron a desarrollarse frente a mis ojos. Carlos estaba allí dando instrucciones para nuestro entrenamiento. Podía escuchar su voz distintiva envuelta en el extraño eco de nuestro patio interior vacío. Él estaba ahí; congelado en el tiempo a mediados de sus 30: alto, atlético y con el característico bigote grueso que siempre cubría su sonrisa.
También estaba yo allí, de pie frente a él: los ojos bien abiertos, empapados en sudor y disfrutando de la dulce sensación de cansancio que sentimos cuando sabemos que llevamos nuestros cuerpos al límite. Estaba allí, admirándolo, orgulloso e inspirado por sus palabras, con grandes esperanzas y sueños de una vida que aún tenía que vivir, y tratando desesperadamente de encontrar la aprobación en sus ojos.
Alguien dijo que la vida nos regala amor, naturaleza y humor para compensar todo lo que necesitamos para vivir. Agregaría a esa lista nuestra capacidad innata para rescatar imágenes viejas y olvidadas cuando más las necesitamos. Nuestra memoria puede pintar, con el pincel del tiempo, cualquier cosa de color sepia, borrando mágicamente la intensidad del dolor de nuestros momentos difíciles al tiempo que mejora y amplifica esos maravillosos momentos de dicha.
Carlos es uno de los mejores recuerdos de mi juventud. Fue maestro, mentor y entrenador. Identificó en mí cualidades que la ceguera de mi juventud no me permitía apreciar y me vio con la objetividad desarmadora que un padre nunca puede tener. Carlos me hizo capitán de nuestro equipo escolar y me habló de liderazgo cuando yo no entendía lo que esa palabra implicaba. Siempre me empujó a hacer lo mejor que podía, doblando mi voluntad sin romperla. Me ayudó a lograr mis objetivos a través de la disciplina y el trabajo duro. Me enseñó que una victoria conlleva la responsabilidad de la permanencia y que los fracasos son el combustible para seguir intentándolo.
Carlos nos respaldaba y todos en el equipo jugábamos inspirados y protegidos por su indomable fe en nosotros. Él estuvo presente en nuestras vidas en lo bueno, lo grande, lo malo y lo muy feo. Siempre nos hizo sentir que nuestro desempeño como equipo importaba y que tenía sentido, no sólo para nosotros o para él, sino para el alumnado que representábamos y cuyos colores nos habían dado el privilegio de vestir.
Estoy muy agradecido por la ayuda de Carlos para superar mis miedos como jugador. En eso, me enseñó una lección que sigo practicando hasta el día de hoy. Cuando comencé a jugar, mis habilidades ofensivas eran buenas, pero tenía un serio problema en defensa. Tenía tanto miedo al balón que cerraba los ojos y perdía la mayoría de los tiros. Después de varios intentos, salía de la cancha, después de cada práctica, frustrado y avergonzado.
Un día, Carlos me llevó a un lado y me colocó diez pies delante de él con la espalda contra una pared enorme, de la que era imposible escapar. “Voy a dispararte con púas duras hasta que te deshagas de tu miedo”.
Me explicó que el miedo nunca podría superarse evitándolo o tratando de “defenderse” de él. El miedo debe ser atacado. “Debes tomarlo por los cuernos, enfrentarlo a los ojos y domesticarlo. Abre tus ojos y relaja tus músculos. Cada golpe que podamos absorber se convertirá en una nueva oportunidad para la ofensiva”. Para hacerme entender el concepto, cada vez que golpeaba la pelota, gritaba: “Ataca, canalla”. El grito cambió el paradigma del miedo en mi mente. Después de cientos de golpes comencé a enfrentar y atacar mi miedo. Nunca olvidé esa lección, y espero no olvidarla jamás.
Este año celebré mi cumpleaños número 51. He sido bendecido por una vida intensa y significativa. Temores he tenido muchos y sé que tendré más. Pero trato de enfrentarlos de frente, atacarlos y convertirlos en oportunidades, como Carlos me enseñó. He aprendido que en la vida no es la suma de nuestras victorias o derrotas lo que nos define: lo que más importa es nuestro compromiso de dejar marcas significativas en todo y en todos los que tocamos, como él hizo.
En este viaje mágico a mi pasado, también me di cuenta de que Carlos era uno de los mejores modelos a seguir en el liderazgo que he tenido. Con el tiempo mejoró y tuve la oportunidad de enviarle este documento en agradecimiento. Gracias Carlos, por tu dedicación y compromiso con tus jugadores. Y, sobre todo, gracias por tu implacable e incondicional fe en todos nosotros, los que fuimos bendecidos por tu guía.
¡Ataca, canalla!
(*) Columna traducida de la nota digital, en inglés, Ataca, canalla (Attack, You Wretched Brat), publicada el 09/06/2011 en The Huffington Post.